Benalúa según Manuel Alcaraz

viernes, 16 de mayo de 2008

Imagen de Manuel Alcaraz en su columna
"La plaza y el palacio" del Diario Información.


Manuel Alcaraz es benaluense, como así nos lo hizo saber el día que se celebró la fiesta por la salvación del ficus (parece que fue hace un siglo). En muchos de sus artículos periodísticos menciona su barrio de origen, y reivindica ese sentimiento y raigambre benaluense. No es casual, porque a medida que realizamos el blog nos encontramos con ese sentimiento repetido en muchos alicantinos, aunque en ocasiones sea inexplicable. En el libro La plaza y el Palacio: Algunos artículos periodísticos, de Manuel Alcaraz (col. Juan Ramón Gil, Javier Pérez Royo, José Carlos Rovira, José María Perea y Adrián López), Editorial ClubUniversitario, 2006, hallo en las páginas 212 y 213 un delicioso artículo en busca del tiempo perdido sobre Benalúa, donde la lectura se convierte en placer y los temas tratados son de imperiosa actualidad. Os lo reproduzco aquí mismo:
BENALÚA

"Los primeros años de mi vida los viví en el número 7 de la calle García Andreu, en Benalúa, en una casa que era llamada -y quizás aún lo siga siendo- "del Barco", por la peculiar estructura de su escalera. Era y es una casa fea. Ninguna alegría decorativa endulzaba sus perfiles rígidos, el acentuado color gris de su fachada.
Como la infancia es un bosque de recuerdos que se entrelazan, aquella casa, aquella calle, estará siempre emparentada, para mí, con el almacén de "El Monaguillo" y su interminable vaivén de camiones que cargaban y descargaban cajas de caramelos. Y también con interminables juegos: el escondite, tula o fútbol, atentos tanto al extraño discurrir de algún vehículo peligroso como a la presencia de un guardia municipal que pudiera arrebatarnos la pelota.
Vivir entonces en Benalúa, ahora lo sé, era habitar un espacio y un tiempo que estaban por acabarse. El bello sueño de un barrio que se aproximaba a la perfección estaba entrando en fase agónica. La igualdad de las casas empezaba a terminarse, la plaza -La Placeta, La Repla- seguiría siendo el corazón vivo de la zona pero las mudanzas urbanísticas le privaban de su antiguo tono vital.
Y sin embargo, vivir en Benalúa era un privilegio: la sombra de sus árboles; las sillas en las puertas en las noches estivales, antes de ir al cine de verano; esa conciencia propia que nos hacía decir "voy a Alicante" si se trataba de cruzar el barranco -tan propicio a ferias y circos- que ahora es la avenida de Óscar Esplá. Ser de Benalúa era algo importante. Y además su Hoguera acumulaba historia y premios.
A menudo dirijo mis pasos a aquellas calles. Sigo siendo fiel cliente de D. Ramón Valdés, peluquero y amigo, avecindado en la misma calle de mi nacimiento. Otras veces me limito a recorrer con los pies y las miradas la primera patria de algunos de mis sentimientos fundamentales.
Juraría que los árboles han cambiado. Y por las noches hay demasiada oscuridad ocultando los portales. Todo, a la vez, es más grande y más pequeño. Pero, seguramente, el que más ha cambiado he sido yo. Que la edad transmuta las distancias, los volúmenes, las percepciones, las caras.
Y con todo Benalúa me sigue pareciendo agradable, muy agradable. Un barrio que invita al sol. Un barrio que no ahorra esfuerzos por ser acogedor y, si se me permite la expresión, civilizado. Lo que no es poco. Y pese a todo no puedo dejar de mirar a Benalúa como a un aviso de navegantes. Entre lo muy agradable y lo único hay un paso importante. Alicante, mal padre, mala madre, no supo conservar en su pureza ese hijo singular que la ilusión de unos amigos le proporcionara. De nada sirve lamentarse. Podríamos pedir que alguna de las solitarias casas originales que aún existe se conserve. Triste consuelo. De nada sirve lamentarse. Pero de los que sí estamos a tiempo es de aprender la lección.
Cuando se destruye un espacio urbano se arrasan también pedazos de vida que seguramente atesoraron momentos de felicidad. Y esta ciudad está siempre al borde de destruir, por activa o por pasiva, algún espacio urbano. Ciudad, así, descosida, infectada por las prisas del momento, ajena al pasado, ajena, por lo tanto, al futuro.
Y, al menos, de Benalúa queda traza, estructura que invita al encuentro. Porque así debenm ser las ciudades. Porque así quiero que sea mi ciudad. Lugares para las personas y no amontonamiento de obras permanentes, de edificios aislados.
Benalúa, por eso, es una lección. La que se dicta desde sus calles que se empinan, que ponen de puntillas buscando el mar, como para mirarse a sí mismas en un espejo de horizontes. La que sufrió de incuria. La que, imaginamos, observa de reojo a otros hermanos que viven en estado de alerta. Porque sí es manifiestamente falso que cualquier tiempo pretérito fue mejor, no es menos cierto que la destrucción de los paisajes es también una amarga forma de alejarnos de nosotros mismos, una amarga forma de edificar silencios y soledades."

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2 comentarios:

Rubén Bodewig dijo...

Cuanta razón tiene... le podríamos hacer una entrevista para el blog y que nos contara sus recuerdos y cómo ve el barrio!

Ernesto Martín Martínez dijo...

Me parece una buenísima idea. Tendrá muchísimas cosas que contar y una perspectiva crítica inigualable. Movamos ficha!

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