Vicente García, carnes y embutidos
viernes, 25 de abril de 2008Publicado porErnesto Martín Martínez
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Vicente García, carnes y embutidos
La presencia desde muy niño en el puesto que su padre inauguró en el Mercado Municipal de Benalúa en 1960 le ayudó a conocer el negocio
La presencia desde muy niño en el puesto que su padre inauguró en el Mercado Municipal de Benalúa en 1960 le ayudó a conocer el negocio
La condición de matarife de su padre, José García Baydal, en el Matadero Municipal de Alicante le sirvió, llegado el momento, de gran ayuda para pasar a regentar un puesto de venta de carne y charcutería en el Mercado Municipal del popular barrio de Benalúa. Porque nadie podía dudar de la gran relación que existía entre él y su profesión. Sin embargo en pleno desarrollo de su trabajo, a finales de la década de los 50, y cuando menos lo esperaba se vio apartado del mismo por una afección al riñón que al principio no parecía tan grave. Las consecuencias del diagnóstico médico fueron tajantes: no podía realizar trabajos con esfuerzo físico, que era exactamente lo que venía haciendo a diario. En el año 1960 le llegó la posibilidad de regentar el puesto. Así que no dudó en iniciar la aventura con la ayuda de su esposa Vicenta Cano Ferrer. Al poco de comenzar este proceso, que suponía un cambio de vida o por mejor decir, casi una nueva para el matrimonio, el hijo de ambos, también Vicente de nombre, con 11 años ya merodeaba por el puesto. Poco sabía el muchacho que tres años más tarde y debido al infarto que sufrió su padre, hubo de hacerse cargo, junto a su madre, definitivamente, para llevar adelante lo que en aquéllos momentos era el sustento de la familia. Fueron abriéndose paso y fortaleciendo su credibilidad conservando los clientes que llegaron al principio y consiguiendo nuevos, que aumentaran su confianza y seguridad. Cuatro años después Vicente García Cano se percató de que, además de sentir cada día la necesidad de acudir al tajo para encontrarse con sus compañeros, clientes y amigos, había otra razón que le impulsaba a llegar cada madrugada: el bello rostro y la agradable sonrisa de María Rosario Abellán Martínez, una jovencita de 13 años que ayudaba a su tío, en el puesto contiguo. No tardaron en darse cuenta de que el amor había surgido entre ellos y hoy es su esposa que, además de compartir el puesto le ha dado dos hijos –varón y hembra– que ejercen como ingeniero de caminos. Lo que quiere decir que no habrá tercera generación, que les suceda, porque la hay en la clientela. El cordero y el cerdo le llegan de Murcia, la ternera de Valladolid, las aves de Intesa y el embutido de la Vega Baja. Con los años que lleva, en el negocio, podría escribir un libro para reflejar las anécdotas vividas.
Artículo publicado en Las Provincias por Alfredo Aracil, el miércoles 15 de febrero de 2006
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