Suciedad consentida

martes, 15 de abril de 2008

Pestilente e infeccioso. El hedor que desprende la antigua Estación de Murcia te penetra ya a no pocos metros de este edificio, abandonado a su suerte, como otros tantos de la ciudad. A pesar del fuerte y desagradable olor, lo que esconden sus paredes, negras por varios incendios y el humo de las fogatas, es inimaginable hasta que lo pisas con tus propios pies.

Incomprensible e intolerable. Las personas que ocuparon la estación durante años acumularon una cantidad de desperdicios que hacían inhabitable el lugar escogido para vivir. Quizá lo más sorprendente es una de las habitaciones del primer piso, que tiene las paredes decoradas como el cuarto de cualquier niño.

Un fotógrafo de La Verdad y una redactora acudimos ayer a la antigua estación para comprobar la realidad que esconde su fachada, que todavía guarda el encanto y la belleza de una época anterior, cuando, sin duda, aportaba luz propia a la ciudad.

Antes, como es evidente, cualquiera podía entrar en el edificio. Hacer y deshacer a sus anchas. Ahora, por fin, un vigilante de seguridad custodia el recinto de la estación para garantizar que los que allí no sólo dormitaban, ya no puedan hacerlo. En el interior, varios hombres de una empresa de limpieza, cubiertos de los pies a la cabeza, llenan contenedores con objetos de todo tipo.

Acceso prohibido. Sólo seguridad, limpieza y personal de Adif. El vigilante nos acompañó en todo momento y dentro del recinto le tomó el relevo uno de los trabajadores de la limpieza. Su acceso es peligroso, por riesgo de derrumbe y, una vez dentro, aquello es un laberinto de habitaciones con boquetes en las paredes ennegrecidas. Andar por sus pasillos es pisar ropa, botellas, cartones, comida descompuesta, hojas de periódico, bolsas de plástico, zapatos, almohadas, colchones, trozos de muebles de madera, maletas, juegos infantiles. De todo.

Y mientras lo piso, atenta a las ratas, los mosquitos y moscardones. En pocos sitios son tan grandes. Echo mano de un pañuelo para taparme la nariz y la boca. Si el olor ya se aprecia desde fuera, dentro es insoportable. El hombre de la limpieza nos cuenta que la planta baja no es nada en comparación al primer piso. El segundo prefiere que ni lo veamos. Y qué razón tenía. Habitaciones con casi un metro de basura. La única con algunas baldosas del suelo despejadas es la habitación del niño. El resto de la planta, todo lo que pisamos, es un sinfín de objetos podridos, quemados y rotos.

Volvemos a la planta baja por una escalera repleta de escombros que preferiría no volver a bajar. El hombre de la limpieza piensa el camino de salida. Es por boquetes en las paredes y no resulta difícil perderse. Dice que es un trabajo de meses. Se cubre la cabeza. Gafas y mascarilla. Salimos de la estación, pero parece que respiremos todavía ese olor. Las cosas desagradables tardan más en olvidarse.

CRISTINA DE AHUMADA en Diario La Verdad, 15 de abril de 2008.

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4 comentarios:

Anónimo dijo...

No dejo de sorprenderme nunca.

Rubén Bodewig dijo...

en cuanto se pueda respirar ahí dentro, un día nos acercamos, nos hacemos colegas del vigilante, y le pedimos que nos de un tour!

Anónimo dijo...

Sí, al castillo de los horrores. Qué desastre de ciudad!

Ernesto Martín Martínez dijo...

Dalo por hecho. En cuanto tengas tiempo, nos acercamos a ver los últimos avances: La parte sur de Benalúa (jeje evitando suspicacias), lo que será el nuevo cole, la estación... se puede hacer un tour por esa zona y recopilar imágenes.

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